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Dios,--- (El hombre y el problema de la incredulidad ) Sabiduría, ciencia y fe Pbro Santiago Martinez SMás
Dios,--- (El hombre y el problema de la incredulidad )

Sabiduría, ciencia y fe Pbro Santiago Martinez S
Angelo Lopez
Si hay ateos mejores y más caritativos que los cristianos, ¿de qué nos sirve ser creyentes y cristianos?
Aparentemente de nada. Y de hecho, la fe es un asunto de verdad y no de utilidad. Pero al acercarnos más al concepto de la fe, observamos que desde ella se enfrentan con un profundo sentido preguntas como: «¿por qué la vida? ¿por qué la muerte?» Son preguntas que la mayoría de los ateos …
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Si hay ateos mejores y más caritativos que los cristianos, ¿de qué nos sirve ser creyentes y cristianos?
Aparentemente de nada. Y de hecho, la fe es un asunto de verdad y no de utilidad. Pero al acercarnos más al concepto de la fe, observamos que desde ella se enfrentan con un profundo sentido preguntas como: «¿por qué la vida? ¿por qué la muerte?» Son preguntas que la mayoría de los ateos confiesa no saber responder. La fe da un sentido a nuestra vida y nos ayuda a darle forma.
Llegados a este punto, conviene hacer algunas consideraciones:
1.– Ser cristiano es una condición no fácil de vivir con coherencia; se espera mucho de nosotros, y eso es un elogio.
2.– Algunos ateos son buenos con sus amigos; pero Jesucristo nos impulsa a llevar esta bondad hasta el heroísmo. La caridad, en el mandato de Jesús, no tiene fronteras –recordemos la parábola del buen Samaritano–. Por eso dice a sus discípulos: «si solo amáis a los que os aman... ¿qué hacéis de más? ¿No hacen eso también los paganos?» (Mt 5,46-47). Católico quiere decir abierto a todos.
3.– Es cierto que hay no creyentes que anteponen el amor a los demás, cualesquiera que sean, por encima de todo, por lo menos en algunos momentos de sus vidas. Ahora bien,
–en ese caso, hay que decir que son creyentes, puesto que creen en algo invisible, el amor, algo que tiene más valor que todo lo que se puede ver y tocar.
–este hecho prueba al creyente que el Espíritu actúa más allá de los límites visibles de la Iglesia. El sentido superior del amor pervive más allá de los límites de la Iglesia y del conocimiento de la misma. El empeño de misioneros y apóstoles, justamente, parte de esta fe en la acción secreta de Dios en el corazón de los hombres. Éstos, por la acción evangelizadora, han de llegar a conocer y a vivir plenamente lo que ya están viviendo en alguna medida.
4.– Pero es una lástima que estos «incrédulos» no sean cristianos.
–porque así tendrían más coraje para luchar, al saber que están construyendo un reino que no pasará; se llevarán una sorpresa cuando un día lleguen a descubrirlo.
–además, cuando sufrieran agotamientos, desánimos, podrían reafirmarse en un amor pleno apoyándose en la fuerza del amor de Cristo por la oración y los sacramentos, a ejemplo de los santos.
«En un principio descubrí que el hombre está hecho para amar; pero me quedaba por saber que el hombre no es el Amor y que ha de sacar el Amor de su fuente» (Jacques Lebreton).
Queda por observar que hay, y en mil versiones, gigantes de la santidad – Francisco de Asís y Vicente de Paul, un Padre de Foucauld o un Maximiliano Kolbe, Teresa de Jesús o Teresa del Niño Jesús–, cuya talla moral es un desafío histórico ante el que ha de inclinarse el ateo.

• «Si conocieras el don de Dios» (Jn 4,10). 😇 ✍️
Angelo Lopez
¿De dónde viene la idea de Dios?
No es suficiente negar a Dios sin más. Hay que explicar por qué y cómo esta idea puede nacer en el corazón de un hombre.
Habitualmente el ateo considera la idea de Dios como la proyección de sí mismo o de la imagen del Padre en el infinito: una invención del hombre inseguro, que recurre a la ficción del guardián del orden establecido; una ilusión, una alienación …
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¿De dónde viene la idea de Dios?
No es suficiente negar a Dios sin más. Hay que explicar por qué y cómo esta idea puede nacer en el corazón de un hombre.
Habitualmente el ateo considera la idea de Dios como la proyección de sí mismo o de la imagen del Padre en el infinito: una invención del hombre inseguro, que recurre a la ficción del guardián del orden establecido; una ilusión, una alienación, un rechazo a aceptar el estado adulto, el opio del pueblo...
Y, de hecho, no falta alguna concepción perezosa y alienante de Dios y de la religión, que tiende a descargarnos pura y simplemente de nuestras responsabilidades a beneficio de Dios. Los avances de la ciencia ponen en evidencia con toda razón esta visión de Dios como un motor auxiliar del hombre: «el riego moderno ha reemplazado las rogativas».
Pero el Dios verdadero, lejos de una ortopedia para el hombre, es por lo contrario el fundamento de su realidad: «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos», dice Jesús (Mt 22,32). Y desde este punto de vista no se puede mantener la objeción de Sartre: «Si el hombre es libre, Dios no existe».
Para un cristiano, Dios no es un competidor. Por el contrario, Dios es el manantial misterioso y el garante de todo, y en particular, de nuestra misma libertad.
Ya es sabida la ocurrencia de Voltaire: «Dios ha hecho al hombre a su imagen y le ha salido respondón». Pero, si tenemos en cuenta las observaciones anteriores, ¿cómo podría ser de otro modo?
Para hablar de Dios el hombre solo dispone de palabras humanas. ¿Esto significa que la idea de Dios es pura creación de la mente humana y que, por tanto, no tiene existencia fuera de ella? ¿Cómo explicar entonces no solamente el instinto de búsqueda ilimitada, sino también la necesidad de infinito de un ser finito, en un mundo determinado, que, según algunos, se basta a sí mismo?
¿De dónde puede surgir la idea de Dios si no es de una realidad de otro orden, de una realidad infinita, que es su fuente, es decir, si no es de Dios mismo?

El hombre sobrepasa su propia condición: «Nos has hecho para Ti, Señor, y nuestro corazón no descansará hasta que repose en Ti” (San Agustín)
• «Tu luz nos hace ver la luz» (Sal 35,10).

¿Quién es Dios?
Solo Dios puede hablar bien de Dios.
En relación a Él, nosotros somos un poco como esas pelotitas que se ven en las ferias, sostenidas por un chorro que las mantiene en equilibrio. «Dios da a todos la vida, el aliento y todo... En Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,25.28).
La única certeza que podemos manifestar acerca de Dios es que Él existe como una presencia inefable, una energía a la vez misteriosa, prodigiosa e inteligente, continuamente actuante sobre el mundo, que nos piensa y nos produce a cada instante, porque nosotros no somos el origen de nosotros mismos, como tampoco nuestros antepasados eran origen de sí mismos...
No es lo mismo hacer un pastel o construir una casa que dar la vida a un hijo. Esta tarea requiere una fuerza que nos sobrepasa y que nos es transferida.
Todo lo que podemos añadir es que somos atraidos por una sed de verdad y bien que se nos impone íntimamente y ante la que toda resistencia es vana. Esta corriente de inteligencia, de amor a la verdad y al bien, tiene su origen necesariamente fuera de nosotros.
Es preciso hallar en esta fuente en estado concentrado, en un grado superior, aquello que hallamos en este flujo que somos, es decir: una inteligencia, un amor a la verdad y al bien, en una palabra, una persona. Pero esta fuente, por su misma naturaleza, permanece misteriosa para nosotros, pues ella es el continente y nosotros solo una partecita del contenido.
Dios desborda necesariamente nuestra inteligencia, como el mar desborda el pozalito del niño que en la playa quiere recogerlo (San Agustín).
Dios es infinitamente Otro. Solo podemos captarlo dejándonos captar por Él, o sea adorándolo. No se manifiesta y revela en nuestra conciencia sino cuando nos sujetamos a su voluntad y hacemos a Él la entrega de nosotros mismos.

«Oh tú, el más allá de todo, ¿cómo darte otro Nombre?» (San Gregorio Nazianceno).
• «Yo soy El que soy» (Ex 3,14; Rom 11,34).

¿Quién es Dios para Jesucristo?
Observando orar a Jesús –por la mañana, muy temprano, al final de la tarde–, se le escucha hablar con autoridad de su intimidad con Dios: «mi Padre y Yo somos uno». Viéndole hacer milagros, grandiosos a veces, como la resurrección de Lázaro, los apóstoles sentían que Jesús tenía una visión de Dios de la que ellos carecían.
Jesucristo es como un periscopio, que se asoma al misterio de Dios y habla de Él con competencia. ¿Quién es Dios para Jesús? Dios es el Todopoderoso: «ni un cabello cae sin su permiso». Es un Artista: «viste maravillosamente los lirios del campo». Pero esas perspectivas no acaban de mostrar la verdadera fisonomía de Dios. Ante todo Dios es un Padre: recuérdese la parábola del hijo pródigo.
Juan resume el pensamiento del Maestro: «Dios es Amor» (1Jn 4,8). Esta afirmación está lejos de ser evidente, porque si en la creación está presente la belleza y la excelencia de muchas cosas, también forman parte de ella la enfermedad, la muerte, la guerra, el pecado. Pese a ello, Jesús mantiene su afirmación: Dios es un Padre, fuente de amor y vida. Y persiste en esa afirmación en el mismo momento de la cruz, cuando todo parece decir lo contrario: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Y aún más: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», las palabras iniciales de un salmo de confianza.
Pero esta conmovedora afirmación no fue suficiente para los apóstoles. Lo que realmente les ha confirmado en la fe es la resurrección de Cristo, que han entendido como la firma de Dios al fin de su mensaje.
Nuestra fe se apoya ahora en la de los apóstoles, y la de éstos en la resurrección de Cristo, que nos permite asegurar con absoluta firmeza: «Dios es amor», aunque no siempre podamos comprender nosotros cómo nos ama.
«Jesús no ha venido a explicarnos el sufrimiento, sino a llenarlo de su presencia» (Claudel). Jesús ha hecho de su cruz una fuente de amor, que nos permite obrar como Él obró.

• «Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27).