Una mirada a la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II. Escrito por Beatriz González | 12 Abr 2014 A lo largo de las catequesis de la Teología del Cuerpo, Juan Pablo II cita en múltiples ocasiones la …Más
Una mirada a la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II.
Escrito por Beatriz González | 12 Abr 2014
A lo largo de las catequesis de la Teología del Cuerpo, Juan Pablo II cita en múltiples ocasiones la Encíclica Humanæ vitæ, uno de los documentos de su predecesor Pablo VI (Julio, 1968) y que fue poco comprendido cuando se publicó.
En la audiencia del 11 de julio de 1984, el Papa que será declarado santo en este mes de abril nos invita a “releer este significativo documento a la luz de los resultados a que hemos llegado, examinando el designio inicial de Dios y las palabras de Cristo, que nos remiten a él”.
En mi opinión, nos invita a efectuar relecturas aplicadas a nuestras circunstancias en la medida del avance de la historia. Aceptar esta invitación es una forma de hacer vida su legado.
Cita que “… cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida...” (Humanæ vitæ, 11). Y prosigue: “Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido, y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador” (Humanæ vitæ 12).
Aquí nace la pertinencia de reflexionar sobre cómo los matrimonios hoy día podemos mantener audazmente los dos significados “hasta que la muerte nos separe”.
Reflexionar con ejemplos actuales (en el contexto de la sociedad post-píldora, en plena era digital y durante el pontificado de Francisco en el que invita a ir a las periferias existenciales) para cuestionarnos en nuestras personales periferias: ¿qué es para los esposos mantener hoy día el acto matrimonial abierto a la vida?
¿Lo es por el simple hecho de estar casados sacramentalmente, que todo acto se mantiene abierto a la vida? O más bien, hablamos de una decidida actitud mutua por querer vivir la entera vida (incluidas las esferas de la educación de los hijos, el trabajo, la enfermedad, la sexualidad, entre otras) totalmente “abiertas a la vida”.
Artículo completo en www.yoinfluyo.com/…/7980-una-mirada…
Escrito por Beatriz González | 12 Abr 2014
A lo largo de las catequesis de la Teología del Cuerpo, Juan Pablo II cita en múltiples ocasiones la Encíclica Humanæ vitæ, uno de los documentos de su predecesor Pablo VI (Julio, 1968) y que fue poco comprendido cuando se publicó.
En la audiencia del 11 de julio de 1984, el Papa que será declarado santo en este mes de abril nos invita a “releer este significativo documento a la luz de los resultados a que hemos llegado, examinando el designio inicial de Dios y las palabras de Cristo, que nos remiten a él”.
En mi opinión, nos invita a efectuar relecturas aplicadas a nuestras circunstancias en la medida del avance de la historia. Aceptar esta invitación es una forma de hacer vida su legado.
Cita que “… cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida...” (Humanæ vitæ, 11). Y prosigue: “Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido, y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador” (Humanæ vitæ 12).
Aquí nace la pertinencia de reflexionar sobre cómo los matrimonios hoy día podemos mantener audazmente los dos significados “hasta que la muerte nos separe”.
Reflexionar con ejemplos actuales (en el contexto de la sociedad post-píldora, en plena era digital y durante el pontificado de Francisco en el que invita a ir a las periferias existenciales) para cuestionarnos en nuestras personales periferias: ¿qué es para los esposos mantener hoy día el acto matrimonial abierto a la vida?
¿Lo es por el simple hecho de estar casados sacramentalmente, que todo acto se mantiene abierto a la vida? O más bien, hablamos de una decidida actitud mutua por querer vivir la entera vida (incluidas las esferas de la educación de los hijos, el trabajo, la enfermedad, la sexualidad, entre otras) totalmente “abiertas a la vida”.
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