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Vida y Obra del Beato Fray Junípero Serra.

SerramamerraTV el 5 de junio, 2013
De familia campesina, Junípero realizó sus primeros estudios en el convento de San Bernardino, en Petra (Mallorca, España). Posteriormente estudió en el convento de San Francisco y de Jesús en Palma de Mallorca. En 1730 ingresó en la congregación franciscana y recibió el nombre de fray Junípero. Obtuvo el doctorado en Filosofía y Teología en la Universidad Lluliana de Palma de Mallorca. Ocupó la Cátedra de Teología entre 1743 y 1754.

A las misiones
En 1749, junto con veinte frailes franciscanos, se va de misionero a al Virreinato de la Nueva España (México). Llegan al Puerto de Veracruz el 7 de diciembre. Mientras sus acompañantes siguen su camino hacia la ciudad de México a lomos de mula, fray Junípero y un acompañante deciden hacer el camino a pie. A raíz de ese viaje contrae una dolencia en una pierna que le acompañará el resto de sus días.

El primer destino de fray Junípero fue Santiago Xalpan (Hoy Jalpan de Serra) en la Sierra Gorda de Querétaro, donde permanecería 9 años dedicado a convertir a los indígenas pames de la zona, al tiempo que les enseñaba los rudimentos de la agricultura, de la ganadería de tiro y de labor, así como a hilar y tejer.

El siguiente destino de fray Junípero debería haber sido el inhóspito territorio apache. Sin embargo, la muerte del virrey detuvo la salida del grupo misionero hacia aquellas tierras, por lo que el fraile tuvo que esperar en la ciudad de México por espacio de varios años antes de recibir su siguiente destino misional.

En 1767, Carlos III decretó la expulsión de todos los jesuitas que radicaban en la Nueva España. Dicha orden afectó a los misioneros Jesuitas que atendían la población indígena y europea de las Californias, que fueron sustituidos por 16 misioneros de la orden de los franciscanos encabezados por fray Junípero. La comitiva salió de la ciudad de México el 14 de julio de 1767, embarcó por el puerto de San Blas (Nayarit) rumbo a Loreto (Baja California), hogar de la Misión de Nuestra Señora de Loreto, que es considerada la madre de las misiones de la Alta y Baja California.

En 1768 los frailes se embarcaron en la nave San Carlos hacia Alta California para llevar el Evangelio a los indígenas. Al mismo tiempo, salió Junípero Serra con otro grupo por tierra, con ganado para las nuevas fundaciones. La primera en la Alta California fue San Diego de Alcalá en 1769.

A partir de la fundación de San Diego, Junipero funda, en el curso de 15 años, otras 9 misiones siguiendo la línea de acción establecida durante su estancia en la Sierra Gorda de Querétaro. Cuando llegaban a un lugar conveniente, construyen una capilla, unas cabañas para residencia de los frailes y un pequeño fuerte protector contra posibles ataques. Acogían a los indígenas que se aproximaban movidos por la curiosidad y, una vez ganada su confianza, les invitaban a establecerse en las proximidades de la misión.

Los frailes evangelizaron a los indios y al mismo tiempo les enseñaban las diversas artes ya que los indios eran muy primitivos y no conocían la agricultura ni acostumbraban a vestirse. Aprendieron además de agricultura, la ganadería, albañilería, carpintería, herrería y albañilería. Las mujeres recibían adiestramiento en las labores de cocina, costura y confección de tejidos.

Fray Junípero murió en la Misión de San Carlos Borromeo (Monterrey, California), el 28 de agosto de 1784. Allí están sus restos.
Las misiones se convirtieron en grandes ciudades: Los Ángeles, San Francisco, San Diego, Sacramento, etc.

El papa Juan Pablo II lo beatificó el 25 de septiembre de 1988.
www.corazones.org/santos/junipero_Serra.htm
Roberto Benavides
El descubrimiento espiritual del nuevo mundo
11.05.15, En Evangelización, Santidad, por Mons. José H. Gómez
(El siguiente es un discurso pronunciado por el Arzobispo Gómez en el “Día de Reflexión sobre Fray Junípero Serra: Apóstol de California y testigo de santidad”, organizado por la Pontificia Comisión para América Latina y por la Arquidiócesis de Los Ángeles en el Pontificio Colegio …Más
El descubrimiento espiritual del nuevo mundo

11.05.15, En Evangelización, Santidad, por Mons. José H. Gómez

(El siguiente es un discurso pronunciado por el Arzobispo Gómez en el “Día de Reflexión sobre Fray Junípero Serra: Apóstol de California y testigo de santidad”, organizado por la Pontificia Comisión para América Latina y por la Arquidiócesis de Los Ángeles en el Pontificio Colegio Norteamericano, el 2 de mayo 2015)

El Beato Junípero Serra es una de las grandes figuras en la historia de la misión ad gentes —“a las naciones”— de la Iglesia.

Cuando sea declarado santo a finales de este año, el padre Serra será el último de una larga línea de “santos misioneros” del continente americano, que el Papa Francisco ha elevado a los altares durante su pontificado.

Es evidente que el Papa Franciscoel primer Papa del Nuevo Mundo— entiende las “raíces” cristianas del continente americano, así como también la importancia que éste tiene para la misión de la Iglesia en el siglo XXI.

Para aquellos de nosotros que estamos en Estados Unidos, la canonización tiene un rico simbolismo y significado espiritual. Y esto es todavía más fuerte y personal para aquellos de nosotros que somos hispanos y mexicanos.

Como bien sabemos, la inmigración hispana —y especialmente la inmigración procedente de México— está cambiando el rostro de la Iglesia y de la sociedad en general en los Estados Unidos.

Entonces, es importante que el Beato Junípero sea el primer santo hispano de Estados Unidos. Él también puede considerarse, en cierto modo, como un inmigrante mexicano, puesto que vivió y trabajó por más de una docena años en México, antes de venir a California.

Él será el primer santo de Estados Unidos que será canonizado en tierra estadounidense. Y, por supuesto, él será canonizado por el primer Papa hispano, el primero que tiene el idioma español como lengua materna, y un Papa que es, él mismo, hijo de un inmigrante.

El rico simbolismo de su canonización coincide con un momento de profunda incertidumbre y cambio social en los Estados Unidos.

Actualmente, como sabemos, la sociedad estadounidense está atrapada en medio de un divisivo debate político y cultural sobre la inmigración y el futuro de su identidad histórica como una nación multicultural de inmigrantes.

Esta canonización llega también en un momento en el que la sociedad y la cultura estadounidenses están siendo agresivamente secularizadas y “descristianizadas”. Este proceso —llevado a cabo por las élites culturales y de gobierno— plantea serias preguntas acerca de la identidad nacional de Estados Unidos y de su compromiso histórico con la libertad de conciencia, con la libertad religiosa y con una sociedad civil que respete los derechos de los creyentes y de las instituciones religiosas, para ayudar a moldear el bien común.

En el contexto de estos profundos cambios y retos de la vida estadounidense, la canonización del Padre Serra es providencial. Creo que es una respuesta profética a los signos de los tiempos.

La canonización del Padre Serra en la capital del país traerá gracias y bendiciones. Pero también debería comunicarnos un mensaje.

Su canonización debería hacer resonar un llamado a los Estados Unidos a regresar a sus profundas raíces religiosas e interculturales, como una nación nacida de la misión universal de la Iglesia Católica y del encuentro que tuvieron con el Evangelio las primeras naciones, culturas y pueblos que se encontraban en estas tierras.

Su canonización debe también inflamar a la Iglesia con un nuevo celo por continuar su misión en nuestro tiempo: la misión continental de la nueva evangelización, que implica la creación de un nuevo mundo de fe y la construcción de una nueva ciudad, basada en la verdad y el amor, en la misericordia y en la justicia.

Hacia una nueva discusión

Pero para que su canonización dé frutos espirituales en Estados Unidos, creo que tenemos que empezar una nueva discusión sobre el padre Serra y la era misionera.

Como sabemos, el anuncio del Papa abrió viejas heridas y revivió recuerdos amargos sobre el tratamiento de los americanos nativos durante el período colonial y misionero de la historia de Estados Unidos.

A mi juicio, la reacción crítica destaca qué tan distorsionado ha llegado a estar el legado del Padre Serra en los últimos años. A veces parece que los académicos y activistas han hecho del Padre Serra un símbolo de todo lo que creen que estuvo equivocado en la época de las misiones.

Desafortunadamente, muchos de los argumentos que circulan por ahí sacan a relucir viejos estereotipos que se remontan a la propaganda anti-española y anti-católica de la “leyenda negra”. Incluso en los mejores escritos académicos, podemos detectar un fuerte prejuicio contra las creencias católicas y un profundo escepticismo acerca del proyecto misionero de la Iglesia.

Todo esto nos impide hacer una evaluación honesta del Padre Serra y de los comienzos religiosos de Estados Unidos.

Así que necesitamos una nueva discusión sobre el tema. Como una manera de comenzar esa discusión, quiero ofrecer esta mañana algunas reflexiones pastorales sobre la vida y el ministerio del Padre Serra.

En estas reflexiones, creo que vamos a empezar a ver una imagen diferente del Padre Serra de la que frecuentemente se presenta de él. También creo que reflexionar sobre su misión nos ayuda a entender lo que Estados Unidos estaba destinado a ser “en el principio”, y, también, lo que Estados Unidos todavía podría ser en el futuro. Y, por último, espero que estas reflexiones nos lleven a nosotros, que formamos parte de la Iglesia, a una mejor apreciación de la misión de la Iglesia en los años venideros.

El ‘Proyecto Espiritual’ de Estados Unidos

Quiero empezar ubicando al Padre Serra en su contexto histórico.

En nuestra era secular “post-cristiana”, es tal vez una verdad incómoda el hecho de recordar que, desde el principio, Estados Unidos fue un proyecto espiritual.

Pero tenemos que recordar que en el principio, la idea que se tenía sobre Estados Unidos ¡era una idea rica en expectativas utópicas! Colón dijo que el Espíritu Santo guió sus viajes, haciendo de él un “mensajero de los nuevos cielos y de la nueva tierra”. Y Shakespeare llamó a esto “el excelente nuevo mundo”.

Para la Iglesia, estas tierras —desde la parte superior de lo que hoy es Canadá hasta la punta de lo que hoy es Argentina— fueron el Mundus Novus. El “Nuevo Mundo” que Jesucristo había prometido para el fin de los tiempos.

El Padre Serra nació en esta época de entusiasmo y expectativas misioneros, a principios de la década de 1700.

El lugar de su nacimiento, en Mallorca, fue un importante centro misionero franciscano. Las historias de las misiones franciscanas y de los misioneros del Nuevo Mundo como San Francisco Solano y el Venerable Antonio Margil eran el “tema principal” de los libros populares y de la predicación.

Ramón Llull, un terciario de la orden franciscana, había creado una universidad misionera que enviaba misioneros a Tierra Santa, a África, a las Islas Canarias y a otros lugares.

Llull destacaba el respeto por la dignidad humana y por la libertad de conciencia, e insistía en que las conversiones no debían basarse en la coerción, sino en la oración, la persuasión y la “inculturación” del mensaje del Evangelio en el lenguaje y las costumbres de la gente.

Todas estas ideas llegarían más tarde a definir la manera de pensar y la práctica misionera del Padre Serra.

Y, como muchos sacerdotes jóvenes de su generación, la misión del Padre Serra fue inspirada y conformada por la experiencia y los escritos de la hermana franciscana María de Ágreda.

A pesar de que nunca había salido de su pequeño pueblo de España, Sor María afirmó que en la década de 1620 fue transportada en espíritu más de 500 veces para ir a evangelizar a los pueblos nativos de Nuevo México, Arizona y el oeste de Texas.

Sus “bilocaciones” fueron ampliamente documentadas. El testimonio de los pueblos indígenas del Nuevo Mundo y las investigaciones realizadas por las autoridades de la Iglesia sólo aumentaron el ambiente de misterio que rodeaba a esta misionera mística, a quien los nativos llamaban la “dama de azul”.

Finalmente, las autoridades de la Iglesia le pidieron a Sor María que escribiera una carta abierta para alentar a los misioneros y para entusiasmar a más sacerdotes para participar en las misiones.

Su carta tuvo tal influencia en el Padre Serra, que su compañero de misiones, el Padre Palou, la incluye como apéndice a su biografía de Serra.

Sor María colocaba al misionero en la forma más alta del discipulado. El misionero, decía ella, sigue la “vocación de los Apóstoles” “imitando al Maestro”.

En los escritos del Padre Serra lo vemos volver una y otra vez sobre este noble ideal del misionero.

Cuando se embarcó en su viaje misionero al Nuevo Mundo en 1749, a la edad de 35 años, él llevaba consigo sólo dos libros: la Biblia y “La Mística Ciudad de Dios, de Sor María.

Dejando atrás su vida cómoda como teólogo y predicador, les dijo a sus padres en su carta de despedida: “La dignidad del Predicador Apostólico… es la vocación más elevada”.

Amigos míos, ésta es la única manera de entender verdaderamente al padre Serra. Y es la única manera de entender realmente a los primeros misioneros del continente americano.

El Padre Serra creía —con todo su corazón— que el Evangelio era verdadero. Y por amor, él estuvo dispuesto a renunciar a todo —familia y hogar, seguridad y fortuna, y aun a su propia vida— para llevar la verdad de esta salvación a las personas que vivían al otro lado del mundo; a gente que él no conocía, a gente que no compartía su idioma o sus costumbres.

Al escribir acerca de sus compañeros de misión, el padre Serra dijo: “Nuestro objetivo fue intentar, cada uno desde su lugar, ganar una multitud de almas para su Santísima Majestad”.

Su propio deseo, dijo, era “despertar al mundo para que éste emprendiera la conquista espiritual de este Nuevo Mundo, y para ofrecerle a Dios, antes de mucho tiempo, miles de almas”.

Un misionero con el amor de un padre

El Padre Serra llegó a este Nuevo Mundo con un amor ardiente por esta tierra y por esta gente.

Él parecía saber que era un peregrino y un extranjero en esta tierra, un misionero migrante. En una de sus primeras cartas, él hace notar que no es el primero en transitar por estas tierras, sólo el primer cristiano en pisar esta tierra.

En una ocasión, él se encontró con una tumba nativa, y se dio cuenta de que los huesos habían sido desenterrados y dispersados, probablemente por los animales salvajes. El padre Serra pacientemente recogió los huesos y les dio un entierro solemne y respetuoso. Al terminar de narrar esto, sencillamente, en su diario, él escribió: “¡Que su alma descanse en el cielo!”

Todos sus escritos reflejan un genuino respeto por los pueblos indígenas y por las costumbres de éstos. Se dice a veces que el Padre Serra era “un hombre de su tiempo”. Pero a decir verdad, realmente no lo era. Él estaba muy adelantado para su tiempo.

Es sorprendente que en todas las historias que tenemos de sus viajes misioneros, en todas las decenas de miles de palabras que escribió en cartas y diarios, difícilmente nos encontramos apenas con un atisbo de pensamiento racista o de sentimiento de superioridad cultural.

El Padre Serra rara vez usaba los términos comunes utilizados por las autoridades coloniales y por la sociedad de su tiempo. Palabras tales como “bárbaros” o “salvajes”. En lugar de ello, se refería a la gente nativa como “gentiles” – utilizando el término bíblico de uso común para aquellos que no conocen todavía al Dios vivo.

En sus cartas, escribe acerca de la “gentileza y disposiciones pacíficos” de ellos, y registra sus actos de bondad y generosidad hacia él. Inclusive, hace notar la belleza de sus voces al cantar.

Él amaba a su pueblo con un amor de padre. El Padre Serra escribió una vez: “Ellos son nuestros hijos, porque nadie sino nosotros los ha engendrado en Cristo. Y así, velamos por ellos, como un padre vela por sus hijos”.

Protector y defensor de los indígenas

El Padre Serra era un hombre realista. Él no idealizaba o veía con romanticismo al pueblo que vino a servir. A pesar de sus muchas palabras acerca de la gentileza y amabilidad de los pueblos nativos, sus escritos documentan también muchos encuentros amenazantes que tuvo con ellos.

Ciertamente, él sobrevivió a un ataque en el cual su asistente recibió una flecha que le atravesó la cabeza y murió en brazos del Padre Serra mientras éste le administraba los últimos auxilios de la Iglesia.

Más tarde, al escribir sobre eso, el padre Serra dijo:

“Estuve bastante tiempo con él allí, ya muerto, y mi pequeño apartamento era un charco de sangre. Aun así, el intercambio de disparos —balas y flechas— continuó. Sólo había cuatro de nuestro lado contra más de 20 del lado de ellos. Y allí estaba yo, con el hombre muerto, pensando que lo más probable era que pronto tuviera que seguirlo, pero al mismo tiempo orando a Dios para que la victoria fuera para nuestra fe católica sin perder una sola alma”.

Amigos míos, ¡esto es típico de Junípero Serra! ¡Este es el tipo de hombre que él era! Esto es el tipo de cristiano que él era.

Rodeado por la violencia y el derramamiento de sangre, mirando su propia muerte cara a cara, su única preocupación era por las almas de las personas que estaban tratando de matarlo, por el pueblo nativo por el cual había venido al Nuevo Mundo a evangelizar.

Vemos el mismo amor, la misma tierna misericordia y celo por las almas, en la famosa historia de la quema de la Misión de San Diego en 1775.

Durante el ataque, los guerreros mataron a varias personas. Humillaron, torturaron y ejecutaron al amigo del padre Serra, un compañero sacerdote misionero, el Padre Luis Jayme, constituyéndolo así en el primer mártir de California.

Sin embargo, el padre Serra abogó ante las autoridades coloniales para que fueran misericordiosas con los asesinos. Una vez más, el motivo de esto fue la salvación de las almas. Él decía: “Dejen vivir al asesino, para que pueda ser salvado, lo cual es el propósito de nuestra venida aquí y la razón para perdonarlo”.

El padre Serra parecía entender la ira que provocaba la violencia de los nativos y su resistencia a las misiones.

El padre Serra hablaba diariamente contra las crueldades de los soldados y de los administradores. Se quejaba amargamente de que se trataba de hombres “sin ningún temor de Dios en sus corazones”. Él condenó la violación sistemática de las mujeres indígenas y luchó por la destitución de los oficiales militares que no hacían nada por detener este problema.

Un misionero de ‘clase trabajadora’

Amigos míos, en mis propios estudios y reflexiones, he llegado a la conclusión de que el padre Serra debe ser recordado como uno de los grandes pioneros de los derechos humanos del continente americano. En mi opinión, sus escritos y su ejemplo deben estudiarse justo con los de los grandes frailes dominicos, Bartolomé de Las Casas y Antonio de Montesinos.

Pero por lo común no se habla del padre Serra al hablar de ellos. Y creo que sé el motivo de esto.

El Padre Serra nunca pronunció encendidos sermones como lo hizo de Montesinos. Nunca participó en debates teológicos y morales en las cortes reales, como lo hizo de las Casas.

Una manera de considerarlo a él es pensando que era una especie de misionero de “clase obrera”, un hombre que trató de arreglar cosas. Su escritura y su pensamiento son prácticos, administrativos. Era un solucionador de problemas, no un profeta o filósofo de los derechos humanos.

Pero en el corazón de todo lo que el padre Serra intentó llevar a cabo todos los días estaba su convicción de que los pueblos indígenas del Nuevo Mundo eran hijos de Dios, creados a su imagen y dotados de derechos dados por Dios que debían ser promovidos y protegidos.

En esto vemos, una vez más, que el padre Serra estaba lejos de ser un “hombre de su tiempo”. Porque aunque los Papas habían condenado hacía mucho la esclavitud y la trata de esclavos, el mundo de “su tiempo” todavía consideraba a los pueblos nativos, junto con los afroamericanos, como no totalmente humanos.

Un punto final sobre esto. En mi opinión, la famosa Representación del Padre Serra de 1773 merece ser estudiada como un punto de referencia de la enseñanza social católica y como un documento principal en la historia de los derechos humanos.

Una vez más, este documento no contiene bella poesía o retórica. Es un memorando legislativo. Sin embargo, en sus 32 artículos, el Padre Serra ofrece detalladas propuestas prácticas que abarcan prácticamente todos los aspectos de la vida de gobierno y de la vida de comunidad, desde la educación y la comunicación, a la defensa militar y las relaciones exteriores; desde la agricultura y la economía, hasta los pesos y medidas, y el comercio.

Y en el centro de la Representación hay un llamado radical a la justicia para los pueblos indígenas que vivían en las misiones. El Padre Serra exigía que los corruptos dirigentes coloniales fueran depuestos, y que a los soldados se les exigiera que cumplieran estrictas normas morales.

Y lo más radical de todo es que él insiste en que “la ley de la naturaleza” dictamina que es a la Iglesia —y no a los poderes coloniales— a quien debe confiarse exclusivamente el cuidado y el gobierno de los indígenas, para asegurar su bienestar temporal y espiritual.

Un santo del Papa Francisco

¡Hay tanto más que decir! Pero permítanme sugerir algunas conclusiones.

En primer lugar, el Padre Serra histórico, del cual hemos estado hablando, es muy diferente del Padre Serra del que a menudo leemos en los periódicos e incluso en las páginas de los historiadores. De manera que, como su canonización se acerca, debemos tratar de aprender más acerca de él.

En segundo lugar, en el testimonio y en los escritos del Padre Serra, nos encontramos con un hombre que fue uno de los verdaderos “fundadores” de América.

El Padre Serra nos ayuda a apreciar, de una manera nueva, que los misioneros fueron los verdaderos “fundadores” de Estados Unidos. En él vemos que los orígenes de Estados Unidos no estuvieron en la política, la conquista o el saqueo. Los motivos más profundos del Padre Serra y de los misioneros que fundaron América fueron religiosos, espirituales y humanitarios.

En su testimonio y en sus escritos, vemos el bosquejo de una nueva visión para el futuro de Estados Unidos, en una época de globalización y de encuentro cultural. Todavía tenemos que trabajar sobre esa visión, pero creo que al padre Serra le gustaría que trabajáramos por construir un país que promoviera el encuentro de las culturas y que protegiera la santidad y la dignidad de la persona humana.

En tercer lugar, creo que el padre Serra nos muestra “un camino” para la Iglesia, y especialmente para la Iglesia de Estados Unidos.

El Padre Serra le ofrece a la Iglesia una inspiradora espiritualidad misionera, una espiritualidad que se basa en la identidad misionera de la Iglesia y en la identidad misionera de todo discípulo.

La fe que el padre Serra tuvo en la noble vocación del misionero nos ayuda a entender que todo cristiano está destinado a ser un discípulo misionero; está llamado a desempeñar un papel en lo que el Padre Serra llamaba “la conquista espiritual de este Nuevo Mundo”.

Finalmente, el padre Serra nos enseña que la misión evangelizadora de la Iglesia es una misión de misericordia. Como hemos visto, el padre Serra tuvo una gran compasión y amor por los pueblos nativos. Él fue un hombre de misericordia, no sólo en sus palabras, sino también en sus acciones.

Y esa es la misión de la Iglesia en nuestros días: proclamar el amor y la misericordia de Dios hacia cada persona y proteger a los vulnerables y a los débiles.

Como podemos ver, el testimonio del Padre Serra se refleja en algunos de los temas clave del pontificado el Papa Francisco, especialmente en los temas de la misericordia y del discipulado misionero.

Por lo tanto, es apropiado que Junípero Serra sea recordado como un santo del Papa Francisco.

Permítanme concluir con algunas palabras finales de este nuevo santo del Papa Francisco. Estas palabras son, tanto un inspirador resumen del sentido de la vocación misionera del Padre Serra, como un llamado a la Iglesia de hoy a seguir su ejemplo:

“Hagamos buen uso del tiempo. Nuestros pasos deberían estar en conformidad con la vocación a la que Dios nos ha llamado; trabajemos por nuestra salvación espiritual con temor y temblor, y con ardiente amor y celo, busquemos la salvación de nuestros hermanos y vecinos. Y que toda la gloria sea para nuestro Gran Dios”.

*La columna de opinión de Mons. José Gómez está disponible para ser utilizada gratuitamente en versión electrónica, impresa o verbal. Sólo es necesario citar la autoría (Mons. José Gómez) y el distribuidor (ACI Prensa)
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padre Juan María de Salvatierra 😇 👍
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Disfruto mucho estos materiales que compartes con nosotros, Irapuato 👍 . ¡Muchas gracias! Unas notas finales.
HISTORIA DE LA COLONIZACION (tomado de Geografía e Historia de Baja California de Ma. del Carmen Márquez de Romero Aceves y Ricardo Romero Aceves)
Los primeros colonizadores de Baja California fueron los misioneros jesuitas. El padre Juan María de Salvatierra fue el promotor de las …Más
Disfruto mucho estos materiales que compartes con nosotros, Irapuato 👍 . ¡Muchas gracias! Unas notas finales.

HISTORIA DE LA COLONIZACION (tomado de Geografía e Historia de Baja California de Ma. del Carmen Márquez de Romero Aceves y Ricardo Romero Aceves)

Los primeros colonizadores de Baja California fueron los misioneros jesuitas. El padre Juan María de Salvatierra fue el promotor de las misiones y tomó posesión de la Península en nombre del Rey de España en 1697.
Bajo la dirección de este hombre eminente, y con ayuda de algunos misioneros de su orden, secundados por unos cuantos soldados que el gobierno de la Nueva España había puesto a su disposición para protegerlos, la conquista de Baja California se hizo pacíficamente.
El padre Salvatierra comenzó a edificar la primera misión en Loreto el 20 de octubre de 1697; a esa misión se agruparon los primeros indígenas convertidos, quienes formaron rápidamente una aldea que vino a ser después la capital de Baja California y donde residió el gobierno hasta 1820, época en que la ciudad naciente de La Paz vino a ser la residencia del gobierno y la capital de la Península.
Los jesuitas ocuparon y administraron la Península durante setenta años y en ese período crearon dieciocho misiones, de las cuales cuatro, Londo, Léguig, La Paz y San José del Cabo, fueron suprimidas a consecuencia de la primera epidemia que redujo considerablemente el número de los indígenas, y los que sobrevivieron y que estaban catequizados vinieron a refugiarse en las otras misiones.
Habiendo sido expulsada la Compañía de Jesús de todas las colonias hispanoamericanas en 1767, los jesuitas abandonaron espontáneamente sus misiones de California, las cuales pasaron a manos de los franciscanos que desembarcaron en Loreto el 1ro. de abril de 1769 y conservaron y administraron estas misiones hasta que vinieron dominicos enviados de España a tomar posesión en 1774.
Las misiones establecidas en los 70 años que permanecieron los jesuitas en la Península, fueron las siguientes, anotadas en el orden de fundación: la de Nuestra Señora de Loreto, la de San Luis Londó, la de San Francisco Javier Viggé Viaundó, la de San Juan Bautista Malibar o Ligui, la de Santa Rosalía de Mulegé, la de San José de Comondú, la de la Purísima Concepción de María, la de Nuestra Señora de Guadalupe, la de Santiago de las Coras, la de Nuestra Señora del Pilar de La Paz, la de Nuestra Señora de los Dolores, la de San Ignacio de Kadakaman, la de San José del Cabo, la de Santa Rosa de Las Palmas de Todos Santos, la de San Luis Gonzaga, la de Santa Gertrudis, la de San Francisco de Borja, la de Calamajué y la de Santa María de Los Angeles.
Los franciscanos antes de entregar las misiones a los dominicos y antes de dirigirse a la Alta California que el gobierno acababa de concederles para evangelizar a los indios, fundaron en Baja California la misión de San Fernando de Balicatá el 14 de mayo de 1769, la cual se formó en parte con los indígenas convertidos de la misión de Santa María que los jesuitas habían dejado sin acabar.
Los misioneros franciscanos, fray Junípero Serra y el padre Francisco Palou, fundaron en Alta California las misiones de San Diego, San Luis Rey, San Juan Capistrano, San Gabriel, San Fernando Ventura, Santa Bárbara, Santa Inés, Purísima, San Luis Obispo, San Miguel, San Antonio, Soledad, San Carlos Borromeo, San Juan Bautista, Santa Cruz, San José, San Rafael y Solano.
Con los dominicos se cambió el sistema de colonización, autorizando a los colonos españoles a venir a establecerse para aumentar la cifra de población que había disminuido considerablemente. Hasta entonces, bajo la administración de los jesuitas no se había concedido ninguna concesión de este género, porque estos misioneros, queriendo asegurar una existencia tranquila a sus administradosy hacer de ellos un pueblo agricultor, impidieron el establecimiento de los extranjeros que habrían abusado de los indios y les habrían obligado a trabajar en las minas o a pescar por su cuenta las perlas, como los habitantes de Sonora y de Sinaloa lo habían intentado en muchas ocasiones.
La administración de los dominicos duró hasta la época de la Independencia mexicana, si bien no abandonaron completamente sus misiones hasta cierto número de años después. En el territorio que hoy ocupan los Estados de Baja California y Baja California Sur, de 1773 a 1797, los dominicos fundaron las siguientes misiones: la del Rosario, la de Santo Domingo, la de San Vicente Ferrer, la de San Miguel, la de Santo Tomás de Aquino, la de San Pedro Mártir y la de Santa Catalina Virgen y Mártir.
Después que partieron los dominicos y bajo el nuevo régimen administrativo que fue creado cuando la villa de La Paz pasó a ser residencia del gobierno, las dependencias de las misiones fueron concedidas a los indígenas que siguieron viviendo de la agricultura, y luego vinieron algunos colonos a establecerse dedicándose a la agricultura, a la cría de ganado, a la pesca de perlas y al laboreo de las minas.
California fue conquistada dos veces: una en el siglo XVIII por los primeros misioneros jesuitas, y la otra en el Siglo XIX por los pioneros mexicanos. Los hombres que dirigieron la conquista espiritual de California vencieron el desierto y a la desconfianza de los aborígenes, sembrando la palabra de Dios y los primeros viñedos. Sus nombres merecen estar a lado de Vasco de Quiroga, Gante y el obispo Las Casas.
Tras la espada vino la cruz. Ejemplo de lo que puede hacerse en el desierto lo dieron los misioneros cristianos, quienes con su abnegación y constancia lograron poblar la Península. Jesuitas, franciscanos y dominicos fundaron misiones, alumbraron manantiales, abrieron caminos, construyeron presas, introdujeron cultivos y desarrollaron múltiples actividades económicas, hasta que el movimiento de Independencia de México impuso el nuevo orden social.
Es grandiosa la labor realizado por los misioneros en las Californias: en la Alta y Baja California. La conquista espiritual de los misioneros deber ser elogiada en todos los tiempos. No obstante el hambre, el clima, sin médicos ni medicinas, sin amigos y muchas ocasiones sin compañeros, no abandonaron su labor, a la que se habían dedicado. Vencieron enormes dificultades, son los forjadores originales de este jirón de la Patria Mexicana.
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Roberto Benavides 👏 👏 👏 ✍️ Falta tiempo para poder "producir" vídeos en honor de todos estos grandes Misioneros.... 🤨
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Excelente material. Sin dudas que el Beato Fray Junípero Serra junto al padre Eusebio Kino encabezan la lista de los misioneros de lo que posteriormente se denominara la Alta y la Baja California. Aprovecho la ocasión para escribir una relación de los misioneros de la región.
Misioneros (tomado de Geografía e Historia de Baja California de Ma. del Carmen Márquez de Romero Aceves y Ricardo Romero …Más
Excelente material. Sin dudas que el Beato Fray Junípero Serra junto al padre Eusebio Kino encabezan la lista de los misioneros de lo que posteriormente se denominara la Alta y la Baja California. Aprovecho la ocasión para escribir una relación de los misioneros de la región.

Misioneros (tomado de Geografía e Historia de Baja California de Ma. del Carmen Márquez de Romero Aceves y Ricardo Romero Aceves)

BAEGERT, Juan Jacobo (1717-1772). Nació en Schelettsdadt, Alsacia; ingresó en la Compañía de Jesús en 1736. Misionó en Baja California desde 1751 a 67. Había profesado desde 1754 y murió en Neustadt, de su país natal. En 1772 publicó unas “Noticias de la Península Americana de California”, en lengua alemana.

BARCO, Miguel (1706-1790). Nació en el puerto de Casas de Millán, España. Llegó muy joven a la Nueva España. En 1720 ingresó en el noviciado de Tepozotlán, de la Compañía de Jesús. Destinado a las misiones de California, en ellas se encontraba en 1767 cuando la expulsión de los jesuitas. Durante el exilio en Italia escribió “Noticia y estado de la misión de S. Javier en California, y de sus pueblos Santa Rosalía, San Miguel, San Agustín, San Pablo y los Dolores”, material que posteriormente fue utilizado para componer la “Historia de California”.

BRAVO, Jaime (1683-1774). Nació en Aragón, España y murió en Loreto, Baja California. Joven pasó a la Nueva España e ingresó a la Compañía de Jesús en 1700; optó por la condición de hermano lego. Acompañó al padre Salvatierra a las misiones de Baja California y residió 14 años en Loreto, como encargado de obtener y administrar recursos económicos para las fundaciones. En uno de sus viajes a México, en 1719, sus superiores le mandaron recibiera las órdenes sacerdotales. Fundó en 1720 la misión de Nuestra Señora del Pilar de La Paz y participó en el establecimiento de otros centros misioneros.

CARRANCO, Lorenzo (1696-1734). Nació en Puebla; entró en la Compañía de Jesús en 1720. Fue destinado a las misiones de California, donde murió flechado por los indios, quienes profanaron y quemaron su cadáver.

CIFUENTES, Bernardino (1725-1780). Franciscano español, antes de abrazar el estado religioso llevó una vida aventurera. Peleó en Africa y tuvo el mando de la guarnición de Toledo. Como misionero pasó a la Nueva España y fue a las Californias con el grupo de Serra. En 1770 fundó la misión de San Bernardino, en la Alta California.

GOÑI, Pedro Matías (1648-1712). Nació en Navarra, España; murió en Guadalajara, Jalisco. Entró en la Provincia jesuita de Castilla a los 22 años de edad. En 1679 pasó a misionar entre los chicuras y en 1683 acompañó al padre Kino a misionar en Baja California.

HELEN, Everardo. Nació en Kanten, Alemania. Entró a la Compañía de Jesús y fue a las misiones de Baja California en 1720. Aprendió en pocos meses la lengua y pudo congregar a los indios nómadas en la misión de Guasinapí, donde enseñó a los naturales a edificar casas y el cultivo de la tierra. Durante 15 años asistió a las misiones de Guadalupe, Mulegé y San Ignacio, y fundó cinco pueblos, cada uno con su iglesia y escuela. Consumido y enfermo, se reintegró a la Casa de Tepozotlán, donde murió.

KINO, Eusebio Francisco (1645-1711). Nació en Segno, Tirol; murió en la misión de Magdalena, Sonora. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1665 y se aficionó a las matemáticas y la cosmografía, materias que estudió bien. Pensaba ir a las misiones de Oriente, pero fue enviado a la Nueva España a donde llegó en 1681. Destinado a Baja California, llegó a este lugar formando parte de la expedición de Atondo, como misionero y cosmógrafo real. Estuvo en la Península de 1683 a 85, pero por la constante falta de bastimentos se abandonó la empresa misionera y Kino regresó a su misión de Magdalena.

KONSKAK, Fernando de (1703-1768). Nació en Croacia, Villa de Verazdin. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1719 y pasó a México en 1730. Desde 1733 se dedicó a misionar en Baja California y como fruto de sus expediciones apostólicas dejó mapas y útiles informes sobre las regiones que evangelizó. Murió en Adac, después misión de San Borja. Entre sus obras están: “Derrotero del viaje en descubrimiento de la costa oriental de California, hasta el río Colorado”, 1746, y “Diario de la entrada que hizo en 1751”.

PALOU, Francisco (1722-1789). Mallorquina también, como fray Junípero Serra, se hizo misionero franciscano y pasó a la Nueva España, acompañado de Serra. Fue guardián del Colegio de San Fernando y presidente de las misiones de California. Junto con Serra encabezó el grupo de franciscanos que en 1767 reemplazaron a los jesuitas en California. En 1776, avanzando hacia al Norte, fundó la misión de San Francisco en la Alta California. Originalmente fue llamado ese lugar Hierbabuena, pero luego Sera lo consagró a San Francisco de Asís.

SALVATIERRA, Juan María de (1648-1717). Nació en Milán, Italia y murió en Guadalajara, Jalisco. Fue alumno de los jesuitas en Parma y Génova. Pasó a México donde estudió la Teología y enseñó Retórica en Puebla. Conforme a sus deseos, en 1680 fue enviado a las misiones de Chinipas, Chihuahua, donde estuvo hasta 1690. Al año siguiente fue visitador de las misiones de la Pimería y luego Rector de los Colegios de Guadalupe y Tepozoplán. De 1697 a 1704 fundó las misiones de Baja California que, sin la heroica resolución del padre Juan de Ugarte, hubieran sido por tercera vez abandonadas. El rey Felipe V de España le encomendó que escribiera una historia de Baja California, que no llegó a concluir.

SERRA, Junípero (1713-1784). Nació en la villa de Petra, Mallorca, España. Murió en la misión de San Carlos de Monterrey, California, ue fundara. En 1730 entró en la Orden Franciscana y llegó a México en 1749. Fue misionero en las diócesis de México, Puebla, Oaxaca, Valladolid y Guadalajara, hasta que en 1767 fue enviado a las misiones de California, a suplir en ellas a los jesuitas expulsados. Con su espíritu realista hizo viables los utópicos proyectos del visitador Gálvez y fundó muchas misiones en Alta California. Fue un fraile andariego, que caminó mucho en su vida, a pesar de la llaga que desde su desembarco en Veracruz se le formó en una pierna. Su vida fue escrita por uno de sus colaboradores, el padre Francisco Palou.

TARAVAL, Segismundo. Nació en Lidi, Italia y entró a la Compañía de Jesús en 1719. Estudió en Alcalá, España y pasó a México en cuyas misiones de California estuvo hasta 1751. Allí fundó la misión de Santa Rosa, en la bahía de Las Palmas; descubrió las islas de Afegua y Amalgua, llamada de los Dolores. En 1758 fue prefecto de la Congregación del Colegio de Guadalajara. Dejó manuscritos una relación del martirio del padre Tello y una “Historia de las misiones en California, desde su principio hasta 1737”.

UGARTE, Juan de (1660-1730). Nació en Tegucigalpa, Honduras. Murió en la misión de San Pablo, luego de San Javier Nuevo, en Baja California. Dentro de la Orden de San Ignacio fue maestro de Filosofía de México, conoció a los padres Kino y Salvatierra y se decidió a ser misionero. Treinta años, de 1700 a 1730, trabajó en las misiones de Baja California y a él se debió que no se abandonasen en 1704, como lo proponía el padre Salvatierra. Hizo voto a la Virgen de Loreto de no dejarlas sino por obediencia, y su ejemplo animó a otros. En la misión de San Javier fungió de maestro, albañil y peón de todos los oficios; construyó la iglesia y las casas de la misión para él y los demás; así como escuelas para niños y niñas, y enseñó a los indios el cultivo de trigo, maíz y uvas, en las estériles y secas tierras bajacalifornianas.
malemp
👌 pensar que gran parte del territorio que FRAY JUNIPERO "conquisto" para la hispanidad para CRISTO Y SU IGLESIA la masoneria la expropio a Mexico, historia muy oculta que saldra a la luz, PAX ET BONUM ✍️