"El Sucesor", el último libro de Francisco

lunes, 8 de abril de 2024

Cualquier persona, por más francisquista que sea, si es honesta intelectualmente, deberá admitir que la producción bibliográfica del Papa Francisco es paupérrima, por no decir lamentable. Quien entra en el portal de alguna librería en línea, podrá descubrir que los libros escritos por Francisco, además de los documentos magisteriales —escritos en buena parte por el cardenal Tucho Fernández—, se reducen compilaciones de sus enclenques catequesis u homilías, a entrevistas concedidas a periodista adictos o a brevísimos escritos de autoayuda. Algunos de ellos, son vergonzosos. Por ejemplo, el titulado Te deseo la felicidad. Para que tengas una vida plena, cuyo primer capítulo se titula: “Quince pasos para la felicidad”; u otro titulado Te deseo la sonrisa. Para recuperar la alegría… No se trata de compararlo con la profundidad e inmensa extensión de la obra de Benedicto XVI, pero podría haber llegado a la calidad de los escritos de su hermano Jorge Loring, o de Chiara Lubich, al menos.

Es curioso, además, la propensión del Santo Padre a propiciar la proliferación de su propia biografía. Entre las escritas por él a través de algún amanuense y las que mandó a escribir a periodistas amigos, como Elisabetta Piqué, Austin Ivereigh o Sergio Rubín, suman decenas. Pero es más curioso aún que en el término de los últimos quince días haya publicado dos biografías propias: Vida. Mi historia a través de la historia (20/03/2024) y El sucesor. Mis recuerdos de Benedicto XVI (3/4/2024). Alejémonos para observar el cuadro: ¿qué puede llevar a un personaje público de la talla del Sucesor de Pedro a querer narrar obsesivamente su vida cuando se encuentra transitando sus últimos meses, o años de vida? ¿Qué obsesión puede distraerlo tanto de su cometido principal, que es la salvación de su alma a través de su ministerio, el gobierno de una Iglesia atravesada por una gravísima crisis? Yo no veo muchas más que su necesidad de diluir los gravísimos errores (¿o maldades?) que cometió a lo largo de su existencia. Como decía su primer biógrafo Omar Bello, no debemos equivocarnos que con haber alcanzado el pontificado romano Jorge Mario Bergoglio haya logrado apaciguar su sed de poder, puesto que su máxima aspiración es ser canonizado. Sólo de ese modo podría llegar al ápice. Ya hizo parte del camino al canonizar fast track a todos sus antecesores inmediatos y políticamente correctos, algo completamente inédito en la historia de la Iglesia. “Si ellos son santos, ¿por qué no yo?”, podrá dejar escrito en alguna papeleta dirigida al prefecto del dicasterio de Causa de los Santos.

Sin embargo, al leer su último libro El sucesor, asalta la duda si estamos frente a un personaje cínico que no tiene el menor problema en mentir descaradamente creyendo que sus mentiras no serán descubiertas, o ante un anciano cuyas facultades mentales están debilitadas (y no tiene nadie que lo cuide).
Una de las primeras cosas que sorprende e indigna es su desfachatez al revelar los secretos del cónclave que eligió a Benedicto XVI. Si bien esas revelaciones están prohibidas bajo pena de excomunión, siendo él mismo el Papa, puede levantar esa prohibición para sí mismo, pero no la levanta para el resto de los cardenales participantes. Ergo, nadie podrá refutarlo. Y en esas revelaciones él se presenta como quien permitió por su bondad y generosidad que fuera elegido Ratzinger. Una mentira flagrante, pues se sabe que quien neutralizó el tercio de bloqueo que encabezaba Bergoglio fue el cardenal Martini, que prefirió a Ratzinger al arzobispo de Buenos Aires, a quien conocía suficientemente. Pero la desvergüenza de Francisco llega al extremo de presentar al ¡cardenal Darío Castrillón Hoyos! como uno de los progresistas que sostenían su candidatura (p. 22). Todos sabemos que justamente este cardenal colombiano fue uno de los más cercanos a Benedicto XVI y de los artífices de la redacción y puesta en práctica del motu proprio Summorum Pontificum.
Pero, ¿por qué Bergoglio se refiere al Cónclave que eligió a Ratzinger y no al que lo eligió a él?¿Cuál es la urgencia de raspar un cónclave de hace diecinueve años? ¿Cuál sería la necesidad de recurrir ahora a este poder de los Papas para decir lo que les viene a la cabeza, atribuyéndolo a las sorpresas del Espíritu, sobre un aspecto decisivo como es la elección del pontífice? ¿Qué obtienen de ello los fieles de la especie común, aparte de la foto grupal de los cardenales electores descritos como una pandilla de manipuladores? Nadie lo sabe, aunque lo sospechan.
El libro presenta varios errores de comprensión del Papa Francisco, algunos de ellos muy groseros y preocupantes. En la p. 29 el periodista le pregunta: “Repasando los últimos discursos de Benedicto XVI, desde que anunció su renuncia hasta que esta entró en vigor, en prácticamente todos pide oraciones por su sucesor”. Y Bergoglio responde: “Él creía en la cadena sucesoria, creía en la cadena. Creía en la sucesión apostólica”. Cualquier católico con formación media sabe que la sucesión apostólica se refiere a que la validez y la autoridad del ministerio ordenado deriva de los apóstoles, en una sucesión ininterrumpida. El Papa, en cambio, la confunde con la mera sucesión de un pontífice a otro, como se suceden los reyes o presidentes de los países de la tierra. Pero más grave aún, presenta como un mérito excepcional de Benedicto que “creyera” en la sucesión apostólica. ¿Será que él no cree? Habría que recordarle que se trata de una verdad de fe, tal como lo afirma el Catecismo en su n. 176.
Dice también que “Cuando yo era chico, en la ceremonia del Sábado Santo se leían once o doce lecturas bíblicas en latín de las que nadie entendía nada. La gente iba solo para ver cuándo se caía el telón en la ceremonia y se perdía lo más importante” (p. 26). El Papa debería saber que la gente que no entendía nada era la gente que no quería entender, tal como sucede ahora, porque todos tenían un misalito en el que podían ir siguiendo las lecturas. Por otro lado, no se caía ningún telón; lo que caían eran lo paños que cubrían las imágenes, y justamente ese era uno de los modos que tenía la liturgia tradicional para escenificar y explicar al pueblo “que no entendía nada”, el misterio de la resurrección de Cristo. Y por eso mismo, la gente no se perdía lo más importante. Más bien, todo lo contrario.
En los últimos años, una de las obsesiones más recurrente de Francisco ha sido criticar severamente la tendencia a los chismes y corrillos que suele afectar al mundo clerical. Y lo ha hecho con términos muy duros: los chismes son “un veneno mortal”; “una peste más peligrosa que el Covid”; “son un asesinato al prójimo”. Pues bien, en su último libro no se priva de publicar urbi et orbi una serie de chismes que afectan a personas vivas y difuntas, muchas de ellas altos dignatarios de la Iglesia, sin ningún motivo que lo justifique. Veamos algunos ejemplos:
— La curia romana es tan pero tan mala que “Lo tenían apretado [a Benedicto XVI] acá [en el Vaticano] para que no fuera [a Aparecida]". Es decir, la curia dominaba completamente al papa Ratzinger que era incapaz de tomar decisiones por sí mismo. (p. 24)
— “Hay un episodio que se cuenta que muestra esa mansedumbre [de Benedicto XVI]. El papa era muy amigo de su antiguo secretario, Josef Clemens. Algunos domingos, a eso de las cinco de la tarde, se iba a casa de Clemens, quien le preparaba la cena... Dicen que cocina muy bien. Allí los dos charlaban, cenaban juntos, etcétera. Y a eso de las ocho se acababa el encuentro y Benedicto regresaba a su casa. Con una u otra excusa, se dejaron de hacer esas cenas. Al punto que, un domingo, Benedicto llamó por teléfono a Clemens y le dijo: «Ahora te puedo llamar, porque salió don Georg [Ganswein]». Es como si, para no ofender a sus colaboradores, evitara hasta llamar por teléfono”. (p. 25). Otro malo muy malo: Mons. Georg Ganswein, que lo tenía completamente dominado al papa Benedicto a punto de no dejarlo ir a cenar, y ni siquiera hablar por teléfono con su antiguo secretario.
— “¿Y qué decía en aquellos años Benedicto XVI del cardenal Jorge Mario Bergoglio?, pregunta el periodista. Y responde Francisco: “Esto lo sé porque me lo contó un testigo. En la curia también había algunas personas que estaban contra mí de un modo un poco exagerado. Por ejemplo, en la Congregación para los Obispos. No pienses que me refiero al prefecto, para nada, era por parte de oficiales intermedios. El caso es que algunos habían armado una historia para que el papa aceptara mi renuncia como arzobispo de Buenos Aires en cuanto yo cumpliera los setenta y cinco años”. (p. 26) Pareciera que no siempre los chismes o habladurías son venenosas o asesinas… Resulta muy fácil dar con los nombres de los oficiales de la congregación de Obispos de esa época.
—- Pregunta: “¿Cómo ha vivido usted las tensiones entre partidarios de Benedicto y partidarios de Francisco?”. Responde: “Eran tonterías. No me metí, no entré en ellas”. Nueva pregunta: “¿Pero las ha percibido?”. Y nueva respuesta: “Hay también mucha gente noble que se ha dejado arrastrar. Recuerdo que una elegante señora convocó hace dos o tres años un almuerzo con varios cardenales jubilados. Allí me sacaron el cuero a ruleta entre todos. Lo supe porque, por una carambola, me contaron la conversación. Sucedió que, unos días más tarde y durante un encuentro en el Vaticano, uno de aquellos cardenales se sentó a mi lado. «Che, ¡qué bien eso, lo de la señora elegante contigo y los cardenales tal, tal y tal! ¡Cómo me sacaron el cuero!», le dije, pues no pude contenerme. Entonces, él, al día siguiente, me escribió una carta y me explicó que se malinterpretaba lo sucedido y otras cosas. Qué se yo. Pero volvió a pensarlo y, dos días más tarde, durante un saludo en público, se me puso de rodillas delante y me pidió perdón por todo lo ocurrido. Eso es un hombre noble, un hombre de Iglesia” (p. 39). Pareciera que el Santo Padre tiene oídos muy prestos para recibir chismes y después, no puede contenerse para castigar y humillar a los que aparecen mencionados en esas habladurías. Hay asesinatos y asesinatos…
Y hay también maniobras y maniobras. En la p. 32 relata: “Se acabó el almuerzo [de los cardenales el 13 de marzo de 2013, en Santa Marta, previo a su elección] y, cuando estaba a punto de salir, se me acercó corriendo el cardenal español Santos Abril. Me dijo: «Eminencia, ¿es verdad que a usted le falta un pulmón?». «No, lo que me falta es el lóbulo superior derecho, que me lo extirparon a causa de unos quistes hidatídicos». «¿Y cuándo sucedió eso?», insistió. «En 1957, hace cincuenta y seis años», respondí, y se marchó rebufando: «Estas maniobras de último momento…». Las maniobras para impedir que él fuera elegido eran arteras y debidas a los carcas cardenales conservadores; las que él hizo, en cambio, con Daneels y demás socios de San Gal, eran buenas.
Hablábamos de mentiras descaradas. En la p. 28, Francisco relata que debió cambiar su billete para viajar a Roma antes del cónclave que lo eligió. Y relata el hecho así: “Y esa misma tarde fui otra vez a la oficina de Aerolíneas Argentinas en Buenos Aires. Entré, me senté, saqué mi billetito de la cartera y esperé mi turno. Cuando llevaba así cuarenta minutos, entró el director, me vio y me preguntó: «¿Pero qué hacés...?». «No, es que vengo a cambiar el billete», le expliqué. Y tuve suerte, porque al cambiarlo gané ciento diez dólares. Me dieron un vuelo más barato”. Nos quiere presentar la imagen del humildísimo cardenal que va él mismo a comprar su “billetito” a la oficina de la aerolínea. Recordemos que esto ocurría en 2013, cuando los billetes aéreos hacía ya mucho tiempo eran electrónicos. No eran un “papelito” que había que “sacar de la billetera”. Por otro lado, todo el mundo sabe que al cambiar un billete aéreo hay que pagar una multa, a no ser que el billete sea en clase business —lo cual no creo que haya sido el caso del humilde cardenal porteño—, por lo que los diez dólares de ganancia se habrán licuado en los 150 dólares mínimo por la penalización.
Muchísimos más episodios del libro podrían señalarse, pero terminaremos con dos que a mi entender son de los más graves, pues el Papa habla muy mal de personas que merecen la consideración y respeto de toda la Iglesia. Y el primero de todos es el cardenal Robert Sarah. Dice: “El cardenal Robert Sarah es un hombre bueno, muy bueno. Cuando era arzobispo en su diócesis, Conakri, era genial. Quizá me equivoqué al nombrarlo prefecto del ahora Dicasterio para el Culto Divino, pues ahí enseguida fue manipulado por grupos separatistas. Pero es un hombre bueno. Es un hombre austero, de mucha oración. A veces tengo la sensación de que el trabajo en la curia vaticana lo volvió un poco amargo”. Resulta increíble leer estas palabras (p. 38). Lo que está diciendo es que el cardenal Sarah era bueno mientras fue arzobispo de una periférica diócesis africana, pero cuando fue a Roma se convirtió en un amargado y manipulable por peligrosos grupos de conservadores separatistas (¿separatistas de qué? ¿Catalanes? ¿Pátavos? ¿Vascos? ¿Bretones?) Quienes hayan tenido la oportunidad de hablar con el cardenal Sarah, conocerán la sensación de estar hablando con un santo y lo último que puede pensarse de él es que es un amargado. Todo lo contrario, impacta su dulzura. Lo de Bergoglio es una maldad destinada a dañar la reputación, y el corazón, de un hombre de Dios como es el cardenal Sarah.
Finalmente, como lo ha entendido todo el mundo, el objetivo primero del libro es contrarrestar el escrito por Mons. Ganswein en el que, con pruebas, mostraba la mala relación que tuvo Francisco con Benedicto XVI, dramatizado en lo ocurrido con ocasión de su muerte y de lo que hablamos aquí. Pero ¿puede alguien en la posición del Papa ser tan malvado, rencoroso, poco caballero y dado a los chismes como para decir a todo el mundo lo siguiente? “Sí, le confirmo que lo echó de su casa [el Papa Benedicto a una persona que habría ido a hablar mal de Francisco], pero lo hizo con gentileza, con gentileza. Era un caballero. En cambio, le digo con pena que su secretario me lo hizo algunas veces difícil. Recuerdo un caso en el que sustituí a quien estaba al frente de un departamento y la decisión generó algunas polémicas. En medio de todo ese ruido, el secretario tuvo la iniciativa de llevarlo a ver a Benedicto, pues aquella persona deseaba saludarlo. Como el papa emérito era muy amable, aceptó. El problema es que difundieron la foto de ese encuentro, como si Benedicto estuviera contestando mi decisión. Honestamente, no fue correcto”.
Se trata, en definitiva, de un libro que retrata el alma de Jorge Mario Bergoglio. Espero que, cuando llegue el momento, y alguien tenga la fantasía de pretender iniciar su causa de canonización, este documento sirva para desecharla in limine.
"El Sucesor", el último libro de Francisco
kaoshispano1
UNA CAGADITA detras de otra porteñon Apoc romae... F I N
susana2016
¿SANTO PADRE? NI SANTO NI PADRE, SERÁ PADRE DE LA MENTIRA. HABLA CUANDO SU ENEMIGO YA ESTÁ MUERTO ¡QUE COBARDÍA!
bear
Qué cara de bergoglio, lo regañaron sus patrones?